“Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos”

Sandra Valdettaro: “La palabra pandemia se incrustó en la experiencia subjetiva”

08 may 20

Hoy se suma al ciclo “Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos” Sandra Valdettaro, y eligió la palabra “pandemia”. Valdettaro es posdoctora y doctora en Comunicación por la UNR, máster en Ciencias Sociales por la FLACSO, licenciada en Comunicación Social por la UNR. Es profesora titular de la cátedra Epistemología de la Comunicación de la UNR.

 

Por Sandra Valdettaro

 

El palabrerío mediático global alrededor de la palabra pandemia se incrustó en la experiencia subjetiva colocándonos en un estado de extrañeza y vacilación inexplorado. El confinamiento saturado de información fue, progresivamente ―a medida que avanzaban los días del encierro―, perdiendo sentido, convirtiéndose en un barullo ubicuo que, aunque intenta, no logra sujetar nuestro desconcierto. Los hábitos ciudadanos fueron mutando también de manera indecisa. Parece verse ahí, en esas salidas furtivas de la gente al espacio público, una modulación de los comportamientos que, de manera subrepticia, va dejando señales equívocas. Es notoria la instalación casi total del uso del barbijo, y, simultáneamente, por ejemplo, un incremento inusual de excremento de perros en las veredas. Es como que la gente ya no se ocupa del todo de desechar civilizadamente las evacuaciones de sus mascotas en los cestos puestos a tal fin en el espacio público. Tal vez sea un resto de subjetividad que se deja ahí, en las veredas, de manera resistencial y seguramente no del todo voluntaria, como escamoteando la normativa de la obediencia y marcando el territorio, dejando esas huellas excremenciales como cifra de la persistencia del libre albedrío, a la manera de un don a la sociedad mediante el recurso del resto que, en este caso, expresa la eventual interfaz animal/humano del gusto por el mascotismo. No es el perro, es el hombre… podríamos decir brevemente. Tal vez se trate, entonces, de un ínfimo, aunque molesto, gesto de resistencia. Ya se sabe que nunca se sabe por cuáles lugares el malestar se va a expresar. La calle, en definitiva, en época de pandemia y encierro, está sucia, y tiene nuevos olores. Quedarse en casa sin prender la tele, y mirar el cielo, después de agotadoras jornadas de actividades virtuales y tareas domésticas, es, también, una alternativa para el amparo de lo humano. No para todo el mundo, ahí, en el cielo, están solamente los dioses… también están las Tres Marías. Entre tantas estrellas, estas son las que más brillan, y son una ilusión de que eternamente habrá Reyes Magos. Siempre las observo, todas las noches, desde cualquier lugar, están siempre ahí, brillando, como en el cielo inmenso de la pampa húmeda, cuando era niña y nos sentábamos con mi abuelo, en el tapial de la vereda, a mirarlas. Las observábamos en esa inmensidad abierta y oscura, sin hablar, y nos crujíamos los dedos. Lo sigo haciendo; no hay otra cosa que hacer más que mirar las Tres Marías, y crujirse los dedos, porque parece que, para lo humano, por ahora, la sensación es que hay poco resto.

 

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