“Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos”

Andrea Calamari: “Repatriación, una de las formas de la exageración”

12 may 20

En Fundéu Argentina continuamos con el ciclo “Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos”, en donde distintos profesionales de la comunicación opinan sobre las palabras que habitan la agenda mediática de estos últimos meses. Hoy es el turno de Andrea Calamari, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Rosario.

 

Por Andrea Calamari

  

El presente tiene un espesor que se sustrae a la mirada inmediata de los acontecimientos. Mientras intentamos acercarnos, más nos alejamos. Por eso, a propósito, vamos a alejarnos para dar una mirada sobre una palabra de estos días: repatriación.

 

Caín

El Señor le preguntó a Caín:

—¿Dónde está tu hermano Abel?

—No lo sé —respondió—. ¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano?

—¡Qué has hecho! —exclamó el Señor—. Desde la tierra, la sangre de tu hermano reclama justicia. Por eso, ahora quedarás bajo la maldición de la tierra, la cual ha abierto sus fauces para recibir la sangre de tu hermano, que tú has derramado. Cuando cultives la tierra, no te dará sus frutos, y en el mundo serás un fugitivo errante.

—Este castigo es más de lo que puedo soportar —le dijo Caín al Señor—. Hoy me condenas al destierro, y nunca más podré estar en tu presencia. Andaré por el mundo errante como un fugitivo, y cualquiera que me encuentre me matará.

 

Primera imagen: el destierro como un castigo divino.

 

Edipo

El rey de Tebas, que se llama Edipo, se ha arrancado los ojos para no ver lo que ya ha visto: es el asesino de su padre y se ha casado con su propia madre. Se ha convertido en un miserable que sufre de atimía: situación límite e ignominia para los griegos, condición jurídica y moral de aquellos que han sido excluidos de la comunidad.

Edipo rey sabe que es culpable y no cae en el facilismo de alegar desconocimiento, deja Tebas y se autodestierra en Colono, es un mendigo que vaga solo, ciego, sin rumbo. 

 

Segunda imagen: el destierro como un castigo autoimpuesto.

 

Dante

En el Purgatorio, Dante (el personaje) se encuentra con varios compatriotas florentinos con los que intercambia ideas sobre el Estado y la patria. Hacía un par de años que Dante (el poeta) vivía en el exilio. Había sido desterrado de Florencia por interponerse con los objetivos del papa de Roma. Unos años después se concedió una amnistía a los exiliados. Dante estaba en la lista de perdonados pero Florencia pedía, aparte del pago de una suma de dinero, que los ciudadanos estuvieran de acuerdo con ser tratados como delincuentes en una ceremonia religiosa. El poeta nunca regresó.

 

Tercera imagen: el destierro como un castigo político.

 

El que está obligado a permanecer lejos de su tierra, de su patria, es una figura que podemos rastrear en la Grecia antigua, donde había dos variantes para el alejamiento forzoso: el ostracismo y el destierro.

 

La palabra ostrakismós deriva de ostrakon: cáscara de huevo. En Atenas cada año se reunían los asambleístas y votaban. ¿Cómo lo hacían? Escribían en una cáscara de huevo el nombre de aquella persona que consideraban que era necesario alejar de la polis por el bien de todos los demás. El más votado debía irse por diez años, no dejaba de ser ciudadano, no perdía sus bienes ni sus derechos. Era una medida preventiva.

 

Era extrema, era legal, era contenida y revocable. 

 

Eso era el ostracismo, una ley por la que, cada año, la polis alejaba a quienes pudieran dañarla (sobre todo aquellos que se veían tentados de concentrar el poder sobre sí mismos, contra el peligro de los tiranos y los demagogos).

 

Pero el destierro era otra cosa. Con el destierro los ciudadanos dejaban de serlo. El desterrado, tras la condena de un tribunal, se convertía en un muerto civil. Y eso era para siempre.

Para los antiguos, dios no estaba en todas partes sino en sus casas, en sus poblados, en su comunidad. El destierro, por tanto, los alejaba también de sus dioses, del consuelo y de la posibilidad de honrarlos. El desterrado quedaba vacío de todo lo que pudiera llenar su alma. Alejarse del culto doméstico significaba, literalmente, apagar el hogar. Sin casa, sin culto, sin hijos, sin patria.

 

Dice Jenofonte: “El desterrado pierde hogar, libertad, patria, mujer e hijos, y cuando muere no tiene ni el derecho de ocupar el sepulcro de la familia, porque es un extranjero”.

 

¿Por qué hablar de destierro?

 

Para hacer un señalamiento, para marcar el despropósito, para apuntar sobre la hipérbole.

Se dice “repatriación de compatriotas” y, tal vez, lo que se quiere decir es “organización del regreso de personas que se fueron de viaje”.

 

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