Sabrina Ferrarese

Sabrina Ferrarese: “De la burbuja social y a dónde vuelan las palabras”

08 jul 20

Sabrina Ferrarese es trabajadora de prensa. Estudió Periodismo en el Iset 18 de Rosario y, desde entonces, colabora en medios gráficos y audiovisuales. Desde 2007 es redactora en Rosario3. Hoy se suma al ciclo “#Signos2020: nuevos tiempos, ¿nuevas palabras?” con la expresión “burbuja social”.

 

Por Sabrina Ferrarese

 

“Hay que mantener la burbuja social", dijo.

 

La pandemia de coronavirus suma palabras al vocabulario, algunas tan gráficas que parecen dibujadas. Cubrebocas o tapabocas, por ejemplo, que al pronunciarlas, escucharlas o leerlas inmediatamente cobran sentido, se concretan contundentes, se explican en sí mismas. Ahora bien, esa tarde el secretario de Salud municipal, Eduardo Caruana, advertía sobre la necesidad de respetar la burbuja social en medio de la fase de distanciamiento social ―acá dos palabras que forman otro concepto nuevo bastante ilustrativo―, y caprichosamente se me aparecía el patio en Echesortu. Los ochenta contra la pared de ladrillos, enredados con la enamorada del muro (el mejor nombre para una planta que se trepa a las paredes). Al pie de sus hojas pegajosas iban a explotar las burbujas de agua y detergente que mi hermana y yo soplábamos al aire usando unos picos de acero inoxidable de repostería. La decoración de tortas no era la especialidad de mi mamá, que solía encontrarles curiosos destinos a las cosas.

 

A esas burbujitas se les superpusieron unas enormes y largas que también armaba artesanalmente con palos e hilos un muchacho en una placita seca muy lejana de Rosario. Hundía esa especie de pinza en un tacho profundo relleno de un líquido espeso y tornasolado, con mucho esfuerzo la sacaba pesada y la movía contra el viento. Todas estas acciones producían burbujones gigantes y voladores que los niños, incluido el mío, se empeñaban en atrapar. Parecía que estaban en el fondo del mar cazando medusas.

 

“La burbuja social es el círculo estrecho de personas con las que tenemos contacto”, siguió el doctor. Entendí que era lo que algunos le llaman el grupo de convivientes, otros le dicen familia o simplemente los afectos. La idea es que nos quedemos con ellos el mayor tiempo posible sin vernos con otras personas menos cercanas. El secretario avanzaba en su explicación y recomendaba quedarse en la propia burbuja para evitar posibles contagios que provoquen, a su vez, nuevos casos y así sucesivamente. Por fin me llegó una imagen concreta de lo que se me estaba enunciando. No era un recuerdo, sino una escena imaginada, una realización mental directa de “burbuja social”. Eran dos, tres, decenas de burbujas gigantes desplazándose por el cantero central de bulevar Oroño. Adentro flotaban personas y animales de diferentes edades y colores, iban como si fueran trasladados en un auto blindado, encapsulados. 

 

Mientras pretenden ordenar el mundo, las palabras inventan universos subjetivos con reglas propias. Nadie se apropia del lenguaje de un mismo modo, con similar profundidad o alcance. La burbuja que estira los destellos del sol y traslada pequeños arco iris en su concavidad parece eterna hasta que desaparece, dejando en su lugar una mínima gota de agua suspendida en el aire. ¿Es un momento glorioso o la viva muestra de lo efímero?

 

En tanto, adentro de la burbuja la escena es otra. Miramos a los costados. ¿Están ahí y allá los seres queridos? ¿Y los que alcanzo a ver del otro lado de la transparencia? Qué pandemia esta que nos obliga a clasificar los amores, a establecer jerarquías y a tomar decisiones todo el bendito tiempo. Estar suspendidos y quietos nos ha permitido una introspección que a veces encuentra respuestas y otras tantas devuelve renovados los interrogantes de siempre, las mismas preguntas acerca de quiénes fuimos, de lo que somos.

 

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