Relatoría del IV Seminario «Violencias urbanas, comunicación e imaginarios colectivos» (parte II)

Relatoría del IV Seminario «Violencias urbanas, comunicación e imaginarios colectivos» (parte II)

19 ene 23

Por Tomás Viú.

 

La segunda jornada del IV Seminario de Fundéu Argentina, denominado «Violencias urbanas, comunicación e imaginarios colectivos», inició con un panel dedicado al uso de las palabras y las imágenes en relación con la estigmatización social, con las múltiples formas subrepticias de la violencia y su vinculación con la producción de sentidos en los discursos periodísticos.

 

Panel «Palabra, imágenes y estigmatización social»

Osvaldo Aguirre* organizó su exposición alrededor de un análisis agudo y pormenorizado de los usos actuales de la palabra mafia en las órbitas de las bandas dedicadas al narcomenudeo en la ciudad de Rosario, pero también de los alcances y efectos que tiene el uso del término extendido al uso político y al periodístico como un modo de interpretar acciones criminales.

Partió como disparador inicial de la frase «aplicale mafia y que pague», la cual formó parte de una conversación telefónica entre dos integrantes de una banda narco de Rosario interceptada en el marco de una investigación judicial. También recordó la inscripción que apareció en un pedazo de cartón y que se hizo pública en agosto de 2018, «Con la mafia no se jode», en principio atribuida a la banda de los Monos. El uso de la palabra mafia, planteó Aguirre, se ha vuelto recurrente y pasó a ser una práctica corriente entre grupos delictivos, entre otras cosas, para firmar extorsiones y atentados, comunicar públicamente un chantaje o justificar un homicidio. Aguirre identificó una suerte de «reversión del estigma en señal de poder y de prestigio», en donde la frase funciona «como un sintagma rector de la violencia».

Dos preguntas que dirigieron la interpelación propuesta por el expositor fueron: ¿Cuáles son las aplicaciones de la palabra y cuáles sus efectos en la violencia de la vida cotidiana? ¿Qué diferencias y semejanzas tiene con las mafias del pasado? Uno de los elementos que analizó fue la invocación de la mafia como un mensaje ya no solo destinado al interlocutor específico, sino al público en general, a los investigadores judiciales y a los periodistas. «Nadie más atento a los rebotes mediáticos que los emisores de estos mensajes que hacen públicas negociaciones, conflictos, rupturas y demandas que transcurrían en privado».

Aguirre se detuvo un momento a pensar en la construcción mediática edificada alrededor de los Monos y la familia Cantero, preguntándose en qué medida y de qué manera esos relatos periodísticos confluyeron en la construcción de la imagen pública de la banda. «Los Monos y la familia Cantero, en los relatos periodísticos y judiciales, aparecen como terminales y como origen de las violencias. Parecen explicar el problema y en realidad clausuran el análisis porque remiten a algo que supuestamente ya sabemos».

Durante su discurso, Aguirre se refirió también a la transmisión hereditaria del vínculo con la narcocriminalidad que ocurre en estas familias de las cuales empezamos a conocer a integrantes de la tercera generación. «Son personajes públicos. Nos ponemos al tanto de las discusiones internas entre sus miembros respecto al ejercicio de la violencia», reflexionó.

En la exposición se deslizó una relación entre la utilización de la palabra mafia como expresión emblemática del crimen organizado y su enunciación que sujeta a los ciudadanos a través de «los fantasmas del miedo». La intención de Aguirre fue reparar sobre los imaginarios que movilizan los autores de los atentados y las balaceras cuando invocan a la mafia. Un aspecto destacado en su planteo fue que estos imaginarios surgen de las representaciones predominantes de la mafia en los relatos ficcionales, mayormente a través del cine y de la literatura.

La frase «plata o plomo», sintagma cuya circulación se expande hacia diversos ámbitos y en distintas direcciones, tiene su origen en una escena de una serie de ficción basada en hechos reales sobre la vida de Pablo Escobar. De acuerdo a lo planteado por Aguirre, esta frase y su multiplicación en canciones, remeras y un largo etcétera, habilitan a pensar en que «las ficciones narrativas sobre la criminalidad se convierten en modelos narrativos de la realidad».

Sobre el tramo final de la exposición, el periodista mencionó que las alusiones a la cultura narco «se combinan con citas de cantantes de trap y de cumbia que tematizan cuestiones de la vida criminal». Además, destacó que esa reconversión del estigma en signo de identidad y orgullo ya fue planteada en el rap durante la década de los noventa.

«Tal vez estamos asistiendo a una especie de devenir mafioso», sugirió Aguirre en el cierre de su intervención, ubicando a la mafia como un modelo de gestión basada en la administración de la violencia y como un modo de lograr lo que el Estado no hace:«controlar la violencia que desborda al mercado de las drogas y que se generaliza en distintos órdenes de la vida cotidiana».

* Escritor y periodista. Sus últimos libros publicados son Leyenda negra (2020); La bolsa y la vida: Historias de bandidos sociales (2020); Francisco Urondo: La exigencia de lo imposible (2021); La línea maestra y otros cuentos (2019), y Contraseñas: El crimen en la cultura argentina (2021). Es colaborador en Acción, Revista Ñ, Redacción Mayo y Suma Política, entre otros medios de comunicación.

 

Las múltiples (y sutiles) formas de la violencia

Hernán Lascano* dio comienzo a su intervención en el panel contextualizando el trabajo periodístico local asociado a la cobertura de incidencias violentas, las cuales producen a su vez efectos muy poderosos que se retroalimentan socialmente. En ese marco compuesto por un sustrato estructural de la violencia con 150 000 indigentes y 499 000 pobres, hizo hincapié en la necesaria visión crítica que deben tener quienes ejercen la tarea periodística, teniendo presente las consecuencias de su trabajo y analizando las propias falencias.

La panorámica contextual se completó con la referencia a la concentración mediática en manos de un reducido grupo empresario local dueño de los dos complejos de medios más voluminosos de Rosario. La consecuencia directa de esta caracterización está en relación con el control de contenidos, con el poder de dictaminar qué es noticia y qué no lo es. «Los periodistas tenemos una dinámica de combate en relación a las imposiciones, pero el ochenta por ciento de las métricas lo absorbe este grupo. ¿Cuán legítimo es que tres o cuatro actores de una comunidad definan las cosas que la comunidad entera se va a enterar o no?», interpeló Lascano.

Al describir el fenómeno de la violencia, dijo que es un epifenómeno de una relación social de producción, que tiene muchos pliegues y matices. Y se preguntó: «¿Qué otras formas palpitan en la violencia que no se ven?». Una de esas formas la relacionó con el poder que les otorga a los jóvenes de barrios populares el hecho de tener un arma. «El poder opera de forma compensatoria de todo lo que no se ha tenido, de todo lo que se ha padecido».

Como una forma de graficar de manera concreta los intersticios de la violencia, Lascano comentó algunos casos que trabajó periodísticamente. Uno de ellos fue el de Ezequiel, un joven de Vía Honda que en julio de 2020, haciendo changas en el mercado de productores,se le ocurrió recurrir a unos prestamistas colombianos que estaban presentes en el mercado de futas y verduras. El acuerdo fue recibir un préstamo de cinco mil pesos que debía reintegrar en cuotas diarias durante veintiséis días. Ezequiel aceptó pagar un 360 por ciento de interés confiando en que podría devolver la plata con su jornal cotidiano. Pero cuando iba por la mitad del crédito se quedó sin trabajo y, aunque salió a cirujear, no pudo afrontar el pago. La represalia fue que al salir de su casa le dispararon y le dijeron «De parte de los colombianos». En un intervalo de una de las audiencias del juicio posterior, Lascano conversó con la familia de uno de los colombianos que daba los préstamos, con el tirador y con la familia de Ezequiel. Todos coincidieron en que temían que el hecho del balazo implicara que los prestamistas se fueran del mercado de productores. Lascano describió la paradoja: los cercanos al usurero se preguntaban quién se iba a ocupar de esa pobre gente si ellos no estaban; los familiares de Ezequiel decían lo mismo, que no podían ir a un banco y que los prestamistas los ayudaban. «En el reino donde vive gente que solo acumula desventajas, la presencia de un usurero que te pega un tiro si no le pagás puede ser una ventaja», resumió.

Los distintos ejemplos concretos de la práctica periodística que fue desandando el expositor durante la charla permitieron componer un caleidoscopio de aquellas formas «borrosas, opacas, aleatorias y racionales en que las personas se conectan con la violencia». Planteada como relación social de producción, y siguiendo la propia enumeración de Lascano, la violencia abarca desde «vendedores de drogas que buscan un rebusque; usureros que pueden pegar un tiro al que no cumple, pero que son vistos como necesarios por sus víctimas; chicos que advierten en el líder violento del barrio un signo de identificación y un ideal de proyección más prometedor que atender una verdulería de barrio de por vida».

Lascano no pasó por alto la mención al hecho de que las redacciones de los diarios están llenas de trabajadores precarizados y a la presión que muchas veces significa tener que hacer cinco o seis notas por día. Esas condiciones atentan contra la posibilidad de contar historias. Sin embargo, invitó a apostar por la búsqueda de aquellos matices que componen cada historia y que ofrecen algo más interesante que la mera adjetivación o el hecho de recurrir a testigos que no tienen nada que decir más que prejuicios. «Sumergirnos en la historia y dejar que nos lleve para donde no pensábamos, que los detalles y lo no contado puedan volverse narración».

* Licenciado en Comunicación Social (Universidad Nacional de Rosario). Es prosecretario de redacción de La Capital de Rosario, medio para el que aborda temas de seguridad pública y política desde 1993. Ha sido colaborador en Rosario/12, corresponsal del diario El Litoral de Santa Fe y redactor del suplemento regional de Santa Fe del diario Crítica de la Argentina. En 2017 publicó, junto con Germán de los Santos, el libro Los Monos: Historia de la familia que convirtió a Rosario en un infierno.

 

Noticia busca consumo

Natalia Aruguete* compartió durante su exposición el trabajo académico que desarrolló junto con un grupo de dieciséis investigadores coordinados por otros cuatro investigadores. El trabajo, titulado «El delito televisado: cómo se producen y consumen las noticias sobre inseguridad y violencia en Argentina», partió de la hipótesis de que el circuito productivo de la noticia tiene que pensarse e investigarse de manera integral.

Aruguete contó que analizaron sistemáticamente todas las noticias sobre delitos, inseguridad y violencias que circularon en los noticieros televisivos de los horarios centrales de la noche en dos canales de cuatro ciudades de la Argentina durante una semana de julio de 2016. Querían identificar, entre otras cosas, en qué medida la estructura de propiedad y concentración mediática condicionaba la centralización en la producción de contenidos. «El análisis no puede desatender las condiciones técnicas, económicas, laborales y de personal que podían tener trabajando en estos espacios», explicó Aruguete.

Un aspecto que observaron durante la investigación fue que las noticias se constituían en espacios donde quedaban las huellas de la rutinización de los trabajos periodísticos, y que al mismo tiempo permitían ver «la forma en que son hablados idiosincráticamente los y las periodistas para construir relatos sobre los delitos, lo que se construye socialmente como inseguridad y sobre las violencias aún no tipificadas como delitos».

Durante su intervención, Aruguete insistió en la idea de la construcción y en los esquemas de percepción e interpretación de la realidad que tienen los y las periodistas que están inscriptos también en «un acuerdo idiosincrático» con los interlocutores de este tipo de noticias. «Los y las periodistas no están ni por encima ni por fuera de aquello que van a contar».

Durante casi un año, el grupo de investigación elaboró una matriz de estudio de las noticias que superó las setenta variables de análisis y que se proponía detectar el tratamiento de las fuentes, «viendo cómo eran configurados los personajes en los eventos, en particular las víctimas y los victimarios, que en general eran presentados en términos dicotómicos y morales pensando en el binomio entre el bien y el mal». Según la investigadora, este reduccionismo a la hora de presentar y representar narrativamente los hechos supone explicar el delito con atajos cognitivos.

Otro hallazgo de la investigación fue la identificación de que no solamente eran protagonistas las víctimas y los victimarios, sino que el territorio también pasaba a ser un protagonista y un recorte de aquello que se estaba contando. «Hay territorios inseguros a los cuales muchos no se acercan o se acercan cuando son habilitados y acompañados por fuerzas de seguridad que se constituyen además en las fuentes privilegiadas de estas noticias, aparezcan o no».

Además de analizar las noticias, durante el trabajo de campo realizaron observación participante en los canales en los que les permitieron ingresar y triangularon con entrevistas a las y los periodistas y trabajadores de esos canales. En ese proceso se encontraron con que las y los trabajadores respondían que la fuente principal y estable era la policía. «La influencia que tiene la fuente no es necesariamente la fuente que aparece», explicó Aruguete, y agregó que cuando en las noticias declaraban los vecinos, esa fuente aparecía para abonar la fuente oficial proveniente de la Policía o del Poder Judicial. «Cuando aparecían familiares de víctimas que estaban en condiciones de pobreza, eran fuentes desacreditadas».

El informe arrojó como resultado la relación íntima que existe entre el tratamiento de las fuentes y las calificaciones e identificaciones que se hacen de las víctimas y los victimarios. «Los medios actúan políticamente en esos marcos, manteniendo esos valores sociales de definir al delito, a los buenos y a los malos».

Sobre el cierre del discurso, Aruguete planteó la profunda dependencia respecto al consumo de este tipo de noticias. «La subordinación a las métricas hace que los y las periodistas muchas veces adaptemos nuestros criterios de noticiabilidad para generar tráfico. Los condicionamientos de los datos de consumo hacen que la noticia no busque verdades, busque consumo».

*Investigadora independiente del CONICET y profesora de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad Austral. Investiga la relación entre agendas políticas, mediáticas y públicas, y los medios tradicionales y las redes sociales. Como periodista, colabora en diferentes medios de comunicación. Es autora del libro El poder de la agenda: Política, medios y público (2015), y coautora de los libros Fake news, trolls y otros encantos: Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales (2020) y El delito televisado (2022).

 

 

 

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