Mar Abad
20 may 20
Mar Abad es periodista y fundadora de la revista Yorokobu. Es autora de los libros Antiguas pero modernas (Libros del KO), El folletín ilustrado (Lunwerg) y De estraperlo a postureo (Larousse). Es Premio Don Quijote de Periodismo 2020, Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes 2019, Premio Internacional de Periodismo Colombine 2018 y Premio de Periodismo Accenture 2017 en la categoría de innovación. Hoy, se suma desde Madrid al ciclo “Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos” con la palabra “teletrabajo”.
Por Mar Abad
Es una palabra de buena estirpe.
El teletrabajo viene de una familia que en el siglo XIX levantó el mundo moderno.
Su bisabuelo acortó el tiempo echando un puñado de cables al fondo del Atlántico.
El telégrafo consiguió que una persona pudiera leer en Europa lo que alguien escribía en América.
¡En ese instante!
¡Magia! ¡Disparate!
¡La ciencia! ¡Mejor que un feriante!
Su abuela dio voz a los signos escritos y convirtió aquel invento en lo que primero fue el telégrafo parlante o el telegrófono y después la telefonía.
Las telecomunicaciones eran una familia de inventores e ingenieros.
Eran la voz del progreso.
Eran revolucionarios.
Allá donde iban, el futuro acudía.
Los llamaron tele- porque todo lo hacían a distancia.
Escribían y hablaban apartados unos de otros.
¡Les fascinaba destruir la lejanía!
Y hasta intentaron enviar ideas entre dos cabezas ajenas.
La telepatía era un misterio que intrigaba a científicos ilustres.
Pasó más de un siglo y nació el teletrabajo.
No recibió tantos honores.
Al principio era cosa de nerds:
había que conocer las nuevas tecnologías para trabajar en remoto.
Después gustó a las corporaciones más avanzadas:
ofrecían incentivos al que trabajara en su hogar,
entendían que para acercar la vida laboral y personal, había que eliminar distancias entre la oficina y la casa.
Ahora es casi una imposición:
la pandemia ha reorganizado la vida humana, y de un día a otro las casas se han vuelto despachos, gimnasios, estudios, aulas.
El trabajo en remoto cayó en el clan de los tele- porque implica distancia,
pero podía haber sido de los -ciber, porque requiere redes informáticas.
Es el «trabajo que se realiza fuera del centro laboral pero en contacto continuo con él por medios informáticos», dice el diccionario de María Moliner.
Pero al llegar de sopetón,
al llegar sin plan alguno,
puede que lo de hoy no sea teletrabajo de ley.
Muchos han tenido que desempolvar una vieja computadora,
buscar un rincón en casa donde hacerse fuertes,
aprender a utilizar programas en remoto a la velocidad de la luz.
Un desmadre, un desfase.
Por eso el miembro de la Academia Colombiana de la Lengua Álex Grijelmo propone otros nombres para llamarlo con rigor: «El elemento tele- significa “a distancia”, pero no estamos ni vamos a estar “a distancia del trabajo”, sino de la oficina, la fábrica o la sucursal. El trabajo mismo, para quien lo tenga, quedará muy a mano. Así que será más bien un casatrabajo. O si aún nos ponemos más estupendos, un domolaboro».