Clara López Verrilli

Clara López Verrilli: Tapabocas. Entre las palabras y las cosas

20 may 20

Clara López Verrilli es comunicadora social y docente en la Universidad Nacional de Rosario. Investiga, produce y experimenta indagando las materialidades de la escritura. Participa en proyectos de investigación, grupos de lectura y es miembro del Centro de Estudios Arte y Contemporaneidad. Se suma a “Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos” con la palabra “tapabocas”.

 

Por Clara López Verrilli

 

Que si los usan los contagiados o los recuperados, que si los necesita el personal médico o todos los que salen de sus casas, que si son caseros o comprados, que si llegan de China o los donan empresas locales, que si los diseña y subasta Benito Fernández, que si llegó una máquina importada que produce 7000 por hora, que si la OMS los aconseja o desaconseja, que si son un complemento a las medidas de higiene o si tienen un efecto placebo, que si se los pusieron a las esculturas del Monumento a la Bandera, que si ayudan o no ayudan a reducir el contagio. Un día el tapabocas empezó a formar parte de la vida cotidiana, primero en el discurso, después en la práctica.

Ahora se venden sueltos, en packs y en lotes de mil unidades en Mercado Libre. Hay de plástico, de neoprene, de friselina, de algodón, de lona. Vienen con uno, dos o tres filtros o con un bolsillo para filtros intercambiables. Las revistas de moda dicen que son un complemento de nuestro outfit. Hay lisos, estampados, bordados, con tachas. Vienen con escudos de Newell's y de Central, con personajes de Star Wars, con la boca del Guasón o de Marilyn Monroe, con nariz y bigotes de gatito o con la cara de Frida Khalo.

En el asombro de esta taxonomía, y con su uso obligatorio, nos enteramos que tapabocas ―sustantivo compuesto por un verbo y un nombre― no es lo mismo que barbijo. Los barbijos están catalogados como insumos esenciales y reservados para el personal médico. Los tapabocas, mientras tanto, pueden ser cualquier elemento que cumpla la función que su nombre indica.

 

Hay que ponérselo dentro de la casa, antes de salir.

Tiene que tapar la nariz, la boca y llegar hasta el mentón.

Hay que lavarse las manos antes y después y ponérselo.

Tiene que estar limpio y seco.

Para acomodarlo hay que ajustar las tiras y no toquetearlo.

No hay que usarlo flojo, ni bajarlo al mentón para descansar.

Hay que sacárselo sin tocar la parte frontal e inmediatamente lavarlo o desecharlo. 

 

A los objetos que usamos diariamente los cargamos de sentido, los bañamos en lenguaje. El tiempo se lleva todo, pero los signos nos ayudan a retener y a prolongar la existencia; es posible trazar nuestra biografía a partir de las cosas que usamos y guardamos; pero en una arqueología futura, ¿aparecerán los tapabocas?

Entre las palabras y las cosas no hay una relación acabada e inmóvil. Entre las cosas y nosotros tampoco. La palabra ya existía pero no la usábamos, y si no usábamos la palabra menos imaginábamos usar el objeto al que se refiere. Como a tantas otras cosas, al tapabocas tuvimos que hablarlo antes de hacerlo carne y, como todavía lo estamos hablando, más adelante veremos qué nos queda de eso.

 

 

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