Virginia Giacosa
20 may 20
Virginia Giacosa es comunicadora social por la UNR, coeditora de Revista Rea y coconductora de Juana en el Arco en Radio Universidad. Colabora en el suplemento Cultura y Libros del diario La Capital y en el periódico ilustrado Femiñetas. Se suma al ciclo “Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos” con la palabra “cubrebocas”.
Por Virginia Giacosa
1
Una amiga no abandona el hábito de pintarse los labios de rojo aunque sabe que debajo del cubrebocas no se ven. Otra cuenta que un chico le sonrió en la calle y ella le devolvió el gesto. Lo relata y advierte la contradicción: ¿cómo sucedió si los dos tenían la boca cubierta? Hay quienes dicen que el beso, sobre todo el inicial, se da primero con los ojos. Cuando sobreviene el silencio, cuando no hay nada más que decir, las miradas se juntan en un beso que recién después se sella con la boca.
2
En la esquina de casa hay una hilera de locales de ropa que desde el inicio de la cuarentena quedaron suspendidos en el tiempo. En sus vidrieras fantasmas el otoño llegó a mediados de mayo. Hasta hace unos días los maniquíes vestían colores flúo, soleras escotadas y sandalias veraniegas. Con la llegada de los abrigos de lana aparecieron los cubrebocas. Los hay en varios diseños y estampados. Nunca me gustó el animal print, pero de tener que comprarme uno elegiría ese. Para que la performance sea aún más completa.
3
Un amigo dice que en el supermercado echaron a un señor por no llevar cubrebocas. Le pareció bien porque es de los que cree que hay que cumplir con las reglas. Pero confiesa que no está a gusto con la nueva normalidad: “La ciudad está con la boca tapada. Todxs tenemos el rostro semicubierto y esto me deserotiza por completo”. Una vez me contó que con su expareja solían usar antifaces para tener sexo. ¿Podremos fantasear con el cubrebocas en versión fetichista? Temo que antes que la curva del contagio se aplane la del deseo.
4
En mi primera salida enmascarada compruebo que si respiro por la boca no solo se me empañan los anteojos, también me quedo sin aire. Pruebo hacer respiraciones largas y sostenidas como me enseñó mi maestra de ashtanga. A los pocos pasos me doy cuenta de que es la única manera de no sentirme ahogada. Cierro la boca, bajo la lengua, ajusto el abdomen, inhalo y exhalo por la nariz. Hago una cuadra como hago yoga. Me sorprendo del nuevo entrenamiento del cuerpo y de la mente.
5
Una amiga cuenta que con su marido no dejan de usar preservativos desde que ella dejó las pastillas. A los dos los convence el acuerdo. Me explica que a su edad la libera de tomar hormonas y que además el momento del forro la calienta. Muchas veces se lo pone ella. Manotea la caja en la oscuridad. Abre el envoltorio con los dientes. Y eso le hace sentir que cada vez es tan casual y arrebatada como la primera. Toda pareja necesita su kit de supervivencia. ¿Será el cubrebocas el signo furtivo del amor por venir?
6
Me aventuro hacia su casa en el momento de la hora azul. Leo en una pared: “Me muero por besarte. Dormirme en tu boca”. También quiero dormirme en la suya aunque podría pasar una noche entera en cucharita. Acostarme con su cuerpo pegado a mi espalda y amanecer con el mío detrás del suyo sin necesidad de descifrar el misterio. ¿Cómo se sentirá el primer abrazo? No perdí el deseo pero perdí la práctica. ¿Nos quitaremos el cubrebocas como nos quitamos la ropa antes de ir a la cama? En el futuro ya es la mañana. Partiría enmascarada y con la alegría desnuda de la amante que durmió en la cama ajena.