Patricia Slukich
27 may 20
Patricia Slukich es comunicadora social, periodista cultural y docente. Es editora de “Espectáculos, cultura y magazine” del diario Los Andes, y experimenta en el mundo del pódcast. Coordina, como gestora cultural, el multiespacio Casa Montenegro, destinado a la formación del pensamiento crítico de las audiencias en temas relativos al arte y la comunicación. Como escritora y crítica de cine y teatro ha publicado para revistas y medios especializados de Mendoza y el país. Hoy se suma al ciclo: "Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos” con la palabra “aislamiento”.
Por Patricia Slukich
Si algo sucede en este tiempo inédito por el que atraviesa el planeta es que el virus lo devela todo.
La desnudez es la norma ante el paso ecuánime y brutal de la pandemia.
La desnudez del sistema imposibilitado de contenerla, de las conductas que antes nos guardamos para no desentonar, de la desigualdad que expande la peste. Pero también es la exhibición de los sentires, de las decisiones personales o la moral en la que elegimos discurrir por este mundo.
Fue el aislamiento el que colaboró en la construcción de esta paradoja extraña en la que vivimos: sobreexpuestos en el ocultamiento de los cuerpos.
En el encierro aquello que creímos sólido se desvaneció en el aire, aquello que creímos justo hoy no lo es, aquello que nos sostuvo internamente se volvió asunto de revisión.
Y en el aislamiento el tiempo fue otro.
No es asunto menor que el tiempo dejase las reglas antes establecidas para volverse una espesura informe. Esa ecuación de medida mutó como el virus. El espacio se volvió único, inamovible. El tiempo, entonces, tuvo que cambiar.
Así, con un reloj más biológico que cultural y un espacio que se circunscribe a lo íntimo, se fue gestando con el correr de los días la revulsión interna y externa.
En la vida pública condenada a la virtualidad nada es espontáneo. Nada es “la realidad misma”. Un filtro, unas letras estridentes, probar qué decir y qué no, con qué tono. Esa ocupación nos volvió más sintéticos, a contramano del planeta que exhibe su naturaleza como nunca antes. Toda una contradicción a partir del encierro.
“El medio es el mensaje”. Pregunta.
El medio recorta la realidad y la jerarquiza. Ni el virus ha podido con eso. Y nosotros, en ese océano mediático que es hoy la vida pública, nos hemos vuelto expertos editores de la imagen propia. Nos mostramos como nunca antes. Es la necesidad del encuentro la que nos volvió representación pura. Otra vez la desnudez de la herramienta. La evidencia de lo que está alterado que trae el aislamiento.
Así, tan naturalmente y rápido como se esparció el virus, la tecnología nos volvió otros: más expuestos. Mostró máscaras, roles, trajes sociales que antes llevábamos sobre el cuerpo al abrir la puerta al mundo. En el aislamiento somos el primer plano.
Puertas adentro del encierro también opera el zoom. Se posa hasta en las más mínimas acciones o elecciones que creímos sólidas, y las desbarata. La sexualidad, el afecto, las construcciones internas, encerradas en un espacio único y con un tiempo lábil, se han vuelto huracanes.
Quizás lo provocador del aislamiento sea esta condición de puntos suspensivos en que estamos. Porque trajo un respiro al planeta asfixiado de tanta humanidad exacerbada y un replanteo de quienes fuimos, quienes somos, quienes queremos ser.
Una terapeuta le dijo a su paciente hace unos días: “de esta experiencia ―el encierro― todos saldremos transformados”.
¿Es entonces el aislamiento una gran puerta abierta a múltiples posibilidades? Cuando abramos nuestras casas tal vez tengamos esa respuesta.