Rosario Spina
01 jun 20
Rosario Spina es escritora, periodista cultural y profesora de Literatura. Actualmente colabora con el suplemento Cultura y Libros del diario La Capital de Rosario y con la Revista Actual (Barranquilla). Dicta clases en el Instituto Politécnico Superior (UNR). Es autora del libro Formas de ordenar el ruido. Se suma al ciclo “Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos” con la palabra “teletrabajo”.
Por Rosario Spina
Teletrabajo. Lancé esta piedra en el estanque de las redes sociales. Pedí opiniones a mis contactos. Luego de más de sesenta días, el balance es negativo. La mayoría de las respuestas provienen de mujeres. Algunas son periodistas. Cuentan que ansían el encuentro con la calle. “No hay pantalla que la iguale. Se pierden el contexto, los gestos, las emociones”, contesta una. Otra rescata el valor del periodismo cuando es un trabajo en equipo. De esta manera, afirma, es “desolador”.
Los círculos concéntricos y rodarianos de esta piedra-palabra en el estanque virtual se extienden un poco más. ¿Cómo pensar en el término teletrabajo sin deslindarlo de los demás signos que, por asociación, comienzan poco a poco a aparecer?: la familia, compartiendo el mismo espacio físico; las llamadas o mensajes a deshora de jefes y superiores; las exigencias y obligaciones laborales, poco claras en un contexto social inédito; las tareas domésticas, que siguen vivitas y coleando.
Y si esta cuarentena nos ha encontrado criando niñes, pues entonces una nueva onda concéntrica se abre alrededor de la palabra teletrabajo. La situación de las mujeres que teletrabajan y crían es aún más complicada. Una amiga, madre de dos, con tareas de crianza compartidas con su pareja, psicóloga, investigadora y docente, afirma: “El balance es negativo (…) Siento la vida como un continuo sin descanso y sin altibajos. Solo los emocionales. Y si bien no me sobra tiempo, me aburro igual”.
Según Wikipedia, el teletrabajo es “una ocasión única para combinar el espacio familiar con las labores cotidianas siendo ello de un alto valor para el trabajador.” Al momento de la elaboración de esta nota, la pregunta en la red había sido respondida por veintiséis mujeres. De las que tienen niñas y niños pequeños, casi todas coinciden en afirmar el cansancio que empaña estos días. Muy pocas rescatan el hecho de no tener que trasladarse por la ciudad o de tener horarios más flexibles. La gran mayoría dice estar cansada, abrumada, harta. Algunos de los términos utilizados para calificar el teletrabajo son: desmotivante, desgastante, cansador, duro, frustrante, estresante, horroroso.
El teletrabajo no es nuevo, pero sí lo es la situación de encierro que vivimos desde el 20 de marzo pasado. Tampoco es nuevo el concepto de feminización de las tareas domésticas y de cuidado, o la ya estudiada e incluso viñetada carga mental. Ambos aditivos insoslayables al pensar en la palabra teletrabajo.
Si bien muchas de las mujeres que respondieron la consulta afirman compartir las tareas domésticas o de crianza, no sucede lo mismo para gran parte de la población de nuestro país. En Argentina, las cifras respecto de la distribución del trabajo doméstico y de cuidado muestran una asimetría evidente: mientras que las mujeres realizan un 76% de las tareas, los hombres se quedan con un 24%. Y todo esto sin sumar la situación de encierro en medio de la pandemia. Al respecto, las investigadoras Paola Bonavitta (Conicet) y Gabriela Bard Wigdor (Conicet, Ciecs) aportan un estudio realizado a 550 personas, la mayoría mujeres, a quienes se les preguntó sobre cuidados, usos del tiempo y trabajos desde el inicio de la cuarentena. Las conclusiones vienen a señalar, nuevamente, que los cuerpos de las mujeres son los más “sobreexigidos y sobreexpuestos a tareas de cuidado y a trabajos múltiples, permanentes y simultáneos”.
“La mayoría de las mujeres consultadas sienten que son cuidadoras de tiempo completo, trabajan más y están más cansadas durante la cuarentena que antes de que se dispusiera esta medida sanitaria. Además, la mitad duerme entre una y tres horas menos que las ocho necesarias para descansar adecuadamente, y se percibe mentalmente agotada”.
Por supuesto que frente a situaciones de desempleo o de precarización laboral, frente a la vida de miles de personas que deben seguir saliendo a trabajar sin contar siquiera con los elementos básicos de protección e higiene, el teletrabajo puede erigirse como una atractiva respuesta. Sin embargo, esta aparente conveniencia no debe hacernos olvidar dos cuestiones centrales por las que seguir luchando: por un lado, la necesidad de desvincular el género de los cuidados ―tareas del hogar repartidas equitativamente, corresponsabilidad en la crianza y en la atención a niñas, niños, enfermos y ancianos―. Por otro, normas laborales que regulen una situación hasta ahora imprevista, junto con una interpelación directa al Estado a fin de reconocer al cuidado como un bien social. Mientras todo esto no suceda, palabras como sobreexigencia desmedida, agotamiento o estrés aparecerán, para muchas mujeres trabajadoras, como compañeras inseparables del término en cuestión.