Roberto Herrscher
04 jun 20
Roberto Herrscher es escritor, periodista y profesor universitario. Desde 2019 es el director de la Carrera de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado de Chile. Es el autor de los libros de crónicas Los viajes del Penélope y El arte de escuchar y del ensayo Periodismo narrativo. Hoy se suma al ciclo “Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos” con la palabra “maratonear”.
Por Roberto Herrscher
Sí, ya sé, esto de maratonear ante la pantalla, despatarrados en el sofá o en la cama revuelta, ya existía antes del coronavirus. Lo trajo Netflix. La pandemia simplemente nos dio la excusa, lo convirtió en algo divertido. Y después se volvió algo heroico. Pero ya no, ahora es algo terrible.
“Es perfecto”, pensamos cuando empezó la cuarentena. “Nadie te dice: levantate, salí a hacer ejercicio, andá a visitar a tus viejos, hace algo productivo”. Hundidos en nuestra serie favorita, estábamos incluso haciendo un favor a la humanidad, cumpliendo estrictamente con las normas sanitarias. Ya no éramos unos vagos perdidos sino paladines del civismo, héroes de la sociedad.
Nos reíamos. Era irónico que este acto tan estático llamado maratonear viniera de la más dura prueba atlética, esa carrera de 42.195 metros, la carrera más extenuante de todas.
¿Maratón de series? ¿De verdad? ¿A quién se le pudo ocurrir comparar una carrera de horas por el cemento calcinante o con las zapatillas pegando en la escarcha, que desafía la mente hasta el desvarío y exprime las últimas fibras del cuerpo, con abrazarse a la almohada para que Netfilix te plante un episodio tras otro sin necesidad de poner ni play?
Y después, en plena cuarentena, con un mes de angustia encima, en medio de las noticias de contagiados sin compañía, muertos sin despedida, despedidos de empleos sin futuro y hambre sin alivio, empezamos a sentir que maratonear ya no era una diversión, sino una necesidad.
El concentrarnos en las vidas y peripecias de personajes felizmente de ficción empezamos a verlo como una maratón de verdad, como las de los fibrosos kenianos. Como correr para alejarnos de las noticias, olvidar por unas horas la fragilidad de nuestros viejos, la soledad de algunos amigos, el horror de los hospitales. El escape como logro. Sin movernos del sofá, al sumergirnos en las series corríamos escapando del abismo.
Pero ahora hasta eso cambió. A más de dos meses del comienzo de esta pesadilla, siento que maratonear ya no es ni divertido ni heroico.
Ahora, con todo el futuro en vilo, sin saber cómo saldremos de esta y cuántos habrán perdido la vida, la tranquilidad y la seguridad, siento que el escape de un capítulo tras otro es una droga peligrosa, es cobardía, es culpa, es irresponsabilidad. Ya no me gusta. Me cuesta respirar, como un maratonista ante la meta, y todavía falta tanto para llegar a comprobar que el éxito es una derrota.
Por eso, ya no me recomienden más de esas series adictivas. Basta de maratonear para mí.