Ignacio Di Tullio
14 jun 20
Ignacio Di Tullio es poeta, ensayista y profesor universitario. Publicó los libros La música sin nombre (Ensayos. TSE, 2013) y el poemario Famiglia (Ediciones del Dock, 2016). Se suma al ciclo “Pandemia: las palabras y los signos de estos tiempos”, de Fundéu Argentina, con la palabra “aislamiento”.
Por Ignacio Di Tullio
En poco más de un mes junto con mi mujer seremos padres de nuestro segundo hijo. Gran parte de esta cuarentena estuvimos ocupados en la elección de su nombre, de su palabra. Dentro de ese océano que es el lenguaje, el proceso que conlleva esta decisión es una de las búsquedas más significativas en la vida de un ser humano. El nombre, ese singular animal gramatical, suerte de poema de una sola palabra cuyo portador empezará a asociar consigo mismo a medida que comience a tener oído, cada vez que alguien lo recite. Desarrollamos nuestra identidad y respondemos al llamado de “nuestra” palabra a partir de la música del nombre, el primer regalo que nos dan ni bien llegamos al mundo.
¿Qué criterios prevalecen en el proceso? ¿El sonido? ¿El efecto del posible nombre maridado con la música de su otra palabra ya existente, su “predicado”, el apellido? ¿Las conjeturas acerca de posibles apodos? ¿El significado? En el caso de nuestro segundo hijo, la elección del nombre costó más que con el primero. Recuerdo que en el caso del mayor, al salir de una consulta médica lo pronunciamos casi al unísono, como quien toca un acorde armonioso. Desde que nos enteramos que seríamos padres nuevamente, sabíamos que se acercaba una elección más disputada. No había dudas respecto de cómo se llamaría en caso de ser mujer. Pero meses atrás, al salir de una de las ecografías quedamos sin aliento: no manejábamos ningún nombre de varón.
Tal vez la posibilidad de elegir el nombre del hijo convierta a todo padre en escritor al menos por un momento. Todo padre que decide el nombre de su hijo es en cierto sentido un poeta detrás de la palabra justa. Pero justo a mí, que trabajo con palabras ―vaya paradoja— esta me resultaba huidiza. Hasta que comprendí que el poema del nombre del hijo se escribe a dos manos, escuchando sin egoísmos las sugerencias de la pareja. En eso estábamos cuando nos sorprendió la reclusión obligatoria. Y de espaldas a las opiniones y sugerencias molestas de nuestros familiares y amigos, la intimidad de la cuarentena terminó de resolver la cuestión y finalmente encontramos nuestra palabra. Como los escritores cuando se encierran a escribir en silencio, para hallar aquel esquivo sustantivo propio tuvimos antes que entender que no debíamos atravesar el aislamiento. Teníamos que habitarlo.