Evelyn Arach
11 jul 20
Evelyn Arach es periodista del noticiero televisivo Telefé Noticias. Colaboradora del diario Rosario/12 y la revista cultural Barullo. Es autora del libro Crónicas de la calle. Trabajó para distintos medios gráficos, radiales, digitales y televisivos en la ciudad de Rosario. Hoy se suma a “#Signos2020: nuevos tiempos, ¿nuevas palabras?”, con la expresión “arco desinfectador”.
Por Evelyn Arach
Entrás a un bar y un mozo te rocía las manos con alcohol líquido mientras exige que limpies tu calzado sobre un trapo de pisos empapado en lavandina. Eso siempre y cuando sea un bar medio pelo. En otros, más ostentosos, existe la alfombra limpiapiés y el “arco desinfectador”. Es que las rarezas de esta pandemia también dejan expuestas las desigualdades. Y hasta las acentúan con saña. Si no miren la foto de Themba Hadebe en la que un hombre usa un cubrebocas hecho con una bolsa de nylon. Pobreza y coronavirus se llama. Y acaso de eso mismo se trata la educación a distancia que reciben chicos en lugares hacinados y sin conectividad.
Pero en algún punto, el arco desinfectador al que observamos en el ingreso de coquetos lugares públicos y privados termina igualándonos olfativamente. Porque no importa si tu perfume es Carolina Herrera, Chanel, Kenzo, Lacoste o es uno baratito que encontraste en el estante del supermercado. La estructura metálica detecta cuando una persona la atraviesa y te rocía completamente durante cuatro segundos de un líquido que puede dejarte olor a cloro, a alcohol o a otro desinfectante, dependiendo de quien lo fabrique.
Es decir: sea que te espere una amiga, una reunión de trabajo o una cita romántica, vas a oler horrible. Pero estarás desinfectada, o lo que es mejor: sanitizada. Y en este punto quiero detenerme.
Muchas empresas que fabrican el artefacto por estos lares han decidido llamarlo “arco sanitizante”. Aunque la etimología de ambas palabras es diferente, es obvio que suena a sanidad, a estar sanos. ¿Y no es ese hoy el objetivo común de la humanidad más nunca antes? Recuperar la salud. El rudimentario objeto entonces vuelve tangible un anhelo desenfrenado. Un arco metálico capaz de sanitizarnos, desinfectarnos y quitarnos el maldito virus. Las publicidades aseguran que es capaz de matar el noventa y nueve por ciento de los virus, aunque aún no está probado científicamente que sea efectivo contra el COVID-19. De todas formas, el lugar que ocupa en el imaginario colectivo ya lo ha vuelto parte del paisaje urbano.
Y entonces me pregunto: ¿no sería maravilloso un arco que de veras nos desinfectara del egoísmo, la crueldad, el odio, el racismo, y la indiferencia? ¿Se imaginan si pudiéramos pasar a través de una estructura metálica para volvernos más humanos, más solidarios, más comprensivos?
Cuando Lewis Carol escribió Alicia a través del espejo, le dio rienda suelta a la posibilidad de atravesar lo mágico para encontrar del otro lado una versión distinta de nosotros mismos y de la realidad que habitamos. Creemos que eso es posible desde un plano físico. Lo creemos tanto que algunos empresarios gastronómicos al borde de la quiebra pagan fortuna para instalar un arco donde es imposible meter un gol. Al contrario, nos rocía de un líquido maloliente. Y nosotros nos sentimos a salvo. Al menos un poco. Al menos por un rato.
Todo esto forma parte del mientras tanto. Es decir, mientras los científicos buscan hallar la vacuna que nos inmunice, seguimos rituales de cubrebocas, guantes de látex y desinfecciones corporales en lugares públicos. Nos cuidamos como podemos. Y hay quienes lucran con esa especulación. Pero quizás ya sea tiempo de que la humanidad se desinfecte de sus miserias y desigualdades. Que se piense a sí misma de otro modo. Solo entonces estaremos a salvo en el sentido más pleno, colectivo y altruista.