Raúl Castro
21 jul 20
Raúl Castro es magister en Periodismo y docente de la Universidad San Martín de Porres de Lima. En el 2018 fue becario en la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y profesor invitado en la Universidad de Medellín en el 2016. Es, además, editor del diario Gestión. Se suma al ciclo “#Signos2020: nuevos tiempos, ¿nuevas palabras?” con las palabras “saludar, abrazar y besar”.
Por Raúl Castro
En un país en que abrazar, besar y tocar es una muestra de nacionalidad, una cuarentena que superó los 100 días no constituyó jamás una medida sanitaria, sino una suerte de experimento social forzado.
Por ello que, a pocas semanas de iniciado el confinamiento rígido, marcial y estricto desde la visión del Gobierno, el propio presidente Vizcarra se reunió con un grupo de científicos sociales para tratar de entender por qué este país decidió tocarse en lugar de aislarse; caminar por las calles antes que refugiarse de un virus apocalíptico; salir a los mercados y quebrar toda distancia social a cambio del roce de los cuerpos que se conjugan en estrechos espacios. Vizcarra nunca habló más de aquella cita. Seguro tampoco entendió.
Perú es uno de los países que dictó uno de los confinamientos más largos, con militares y policías en las calles, con multas para quienes desafíen una enfermedad tan nueva como incomprensible y mortal. Tres meses más tarde, es uno de los seis países con más casos en el planeta (casi el 1% de nuestra población) y con una cifra de muertos que supera los 10 000 y que pocos creen como real. “Debe ser dos o tres veces más”, se escucha decir todos los días. Este virus, en su versión peruana, solo entiende la multiplicación como su única operación matemática.
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La muerte parece ser un alto costo por abrazar, besar y tocar. Aquí ese costo está impregnado en cada acto. En el Perú, las reuniones sociales se celebran bebiendo licor en un solo vaso, se abraza sin temor ni rubor a un desconocido en un estadio para celebrar un gol o se saluda con un beso a un desconocido. Somos de ritos y escasa protección. Somos de roces y toques y poco de distancia.
Nos resulta entonces complejo armar una vida a distancia, en el encierro de nuestras casas. Las personas buscaron, al inicio de la cuarentena, cómo movilizarse y refugiarse con sus familias por alcanzar un abrazo, mudarse con velocidad con sus parejas a la caza de besos y caricias. Los grupos se organizan, las personas no entienden el aislamiento y la soledad. Cada vez que el confinamiento se extendía y se hacía más rígido, los peruanos crearon nuevas fórmulas para salir y tocarse.
Las citas por Zoom fueron solo una moda, las reuniones virtuales paliativos, pequeños brebajes que no curan ni curaron nada. Solo se elevó la necesidad de ver y tocar.
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Las empresas de estudio de mercado dedicaron tiempo y esfuerzo a analizar la “nueva normalidad”, ese término complejo que parece traducirse en un cambio de hábitos que se traducen ahora en estadísticas. La mayoría de los peruanos no están aún dispuestos a acudir a centros comerciales, restaurantes o cines. Planean viajar, pero primero esperarán a que llegue el 2021 para hacerlo.
Sin embargo, lo que el peruano no piensa cambiar es el abrazar, besar y tocar. La distancia con colectivo es una ilusión; la cercanía, el cariño y el contagio es nuestra vieja normalidad.