Cecilia Mena
31 jul 20
Cecilia Mena es profesora en Letras egresada de la Universidad Nacional de Rosario. Ha trabajado en el ámbito de los talleres y las publicaciones literarias. En el campo de la enseñanza se especializó en E/LE y ejerce actualmente como docente en nivel medio. Trabaja en la empresa de servicios lingüísticos GeaSpeak SRL.
Por Cecilia Mena
Salgo de casa a comprar algunas cosas esenciales que nos habilitan. Voy caminando al comercio de cercanía, aprovecho el sol de la mañana y el aire fresco. Llego a la esquina y me invade un sentimiento extraño: siento la falta de algo vital… ¡Me olvidé el barbijo! Vuelvo apurando el paso, agachando la cabeza, avergonzada. Temo encontrarme con algún vecino que me descubra en falta. Salir sin barbijo en estos días es salir desnuda.
En este tiempo cambiaron también ciertos espacios de la casa, aparecieron muebles nuevos. En el recibidor, una mesita reciclada ofrece un curioso surtido de objetos de los cuales agenciarse antes de salir. Hasta marzo salir de la casa implicaba abrir la puerta y verificar, rápidamente, que teníamos las llaves, el celular, la billetera. Ahora la salida se complejiza, se suman el barbijo, el alcohol en gel, el permiso de circulación y la ansiedad. El proceso inverso, el de la llegada, se transformó en un despojamiento donde vamos dejando, sobre el mismo mueble, las llaves, la billetera, el celular, el barbijo (todos los objetos que serán luego desinfectados).
¿Cuánto de nuestro tiempo se invierte en estas nuevas ritualidades? ¿Cómo se volverán cotidianos estos hábitos? ¿Cuál será el día en que me pondré el barbijo sin pensarlo, igual que el calzado, para salir de casa?
La covidianidad va instalando en nuestras rutinas pequeños gestos que hasta hace unos meses parecían impensados: desde el protocolo de desinfección que realizamos con cada objeto que ingresa a nuestra casa hasta las formas de entretenimiento de los fines de semana.
Aquello que era cotidiano antes de la llegada del COVID se ha transformado en una nueva realidad que poco a poco se instala como habitual y deja de sorprendernos.
La extraña sensación de encontrar a alguien conocido en el supermercado y quedarse estático, mirándolo sin saber qué hacer (ahora que no podemos saludarnos con un beso), ha dado paso a la situación cotidiana de encontrar a alguien y decirle desde lejos: “Hola, cómo estás”, tal vez levantando la mano en el saludo, tal vez con un choque de codos si la confianza lo amerita.
Las salidas habituales de los fines de semana, el cine, la cervecita compartida con amigos cambiaron su lugar con estos nuevos entretenimientos de “interior” donde terminamos viendo por streaming una película que no nos gusta pero es “la única que no habíamos visto”.
Esta nueva covidianidad tiene de todo, desde cumpleaños hasta maratones virtuales que sorprenden en una primera instancia pero que, ante la repetición, empiezan a formar parte de lo habitual.
¿Serán transformados todos nuestros actos cotidianos en función de la profilaxis viral? ¿Dejaremos de sentir gusto por el mate compartido? ¿Nos habituaremos al distanciamiento? ¿Aprenderemos a interpretar los gestos no verbales de una persona que nos habla detrás de la máscara y el barbijo?
Una hermosa canción habla del momento en que “lo cotidiano se vuelve mágico”… ¿Sucederá eso con lo covidiano alguna vez?