Patricia Nigro
10 ago 20
Patricia Nigro es doctora en Comunicación Social. Docente e investigadora de dedicación exclusiva de la Universidad Austral. Profesora titular II de Teoría y Práctica de la Lengua 1 y 2 de la Licenciatura en Comunicación Social y coordinadora del Área de Educación a Distancia de la Escuela de Posgrados en Comunicación en la misma universidad. Es directora de tesis doctorales, autora de libros y artículos. Su último libro es Una defensa de la conversación virtual (Leamos.com, Buenos Aires, 2020).
Por Patricia Nigro
Como no puedo evitarlo, y después de tantos años de enseñar lengua española, empiezo por las etimologías y lo que nos dice el Diccionario de la lengua española sobre estas palabras.
Compartir, desde su etimología, supone partir algo con alguien, dividirlo en partes para que cada cual tenga la suya. Desde los orígenes, compartir nos trae el significado de la generosidad, de la superación del egoísmo que siempre lo quiere todo para sí. Para el DLE, también significa participar en algo.
Convidar es recibir a alguien en nuestro entorno, pero con el plus de que se une por su propia voluntad. Nadie puede ser convidado por obligación. El DLE le agrega a la etimología ‘invitar a un evento’ y ‘ofrecer algo a alguien’.
Elegí estas palabras porque, en los tiempos pospandémicos que se vienen, son de claro signo positivo. En mi corazón, deseo que los signos 2020 terminen el año siendo de optimismo y mejora.
Hemos sufrido mucho. Todos y todas en el mundo entero. Pero, a pesar del encierro, del miedo al contagio, de la preocupación económica y de las tensiones de teletrabajar en nuestras casas con nuestras familias, no hemos dejado de comunicarnos, de velar por nuestros seres queridos, de tender una mano, cuando fue necesario. (Aclaro que no soy ingenua y sé que hay gente que prefirió irse del país a disfrutar su riqueza en lugares más placenteros).
Pero la mayoría estamos acá y, gracias a las denostadas pantallas, hemos podido compartir y convidar a cumpleaños, a reuniones, a charlas con personas (incluso a las que no hablábamos hacía tiempo), a enseñar y aprender, a teletrabajar…
Hemos compartido alegrías y tristezas, preocupaciones y risas. Hemos convidado a los demás a unirse a nuestras conversaciones virtuales. Participamos y dimos gratuitamente seminarios, cursos, conferencias de los temas más variados (desde cómo hacer masa madre, cómo calmar la ansiedad, cómo tocar la guitarra hasta incluso cómo combatir la infodemia).
Es verdad que, lamentablemente, se compartieron cosas negativas: depresiones, cansancios, irritabilidad, impaciencias, teorías conspirativas y odios políticos antiguos. La cuarentena infinita ha afectado bastante nuestras psiquis. Pero no estamos solos. Las voces y las caras de los otros y otras nos acompañan, como en la imagen de la colmena, que propuso Jorge Carrión, para las transmisiones vía Zoom. Todas esas ventanitas con nuestras caras por donde nos miramos, nos sonreímos, nos despedimos con la mano o con un beso que viaja por el ciberespacio. A través de ellas, se han asomado nuestros perros, nuestros gatos, nuestros niños, los libros que amamos, nuestras casas. No hemos temido, en circunstancias difíciles, que los otros compartan nuestros hogares o rutinas.
Deseo que esta cultura del compartir, del convidar al otro, a la otra, a ser parte de nuestras vidas, no termine cuando la pandemia sí lo haga. Estos hábitos que ya tenemos por el largo encierro no deben perderse.
Compartamos, es decir, demos parte de lo mejor de nosotros a los demás. Convidemos, es decir, invitemos al prójimo a participar de nuestras vidas. Como dije ya en otro texto, somos seres en comunicación: nuestro diálogo, nuestra condición humana ―con sus bondades y miserias― nos vuelve a lo más básico: todos somos iguales, merecemos el mismo respeto y buen trato, pues la muerte y la enfermedad nos colocan en el mismo lugar.