Jorge Hidalgo
30 sep 20
Jorge Hidalgo es doctor por la Universidad Anáhuac México, coordinador académico de Posgrados de la U. Anáhuac México y presidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC. En coautor de Jóvenes, participación y medios de comunicación digitales en América Latina (2019); Inovações em Relações Públicas e Comunicação Estratégica (2019); Medios y mediaciones en la cultura digital (2017); Signo vital: comunicación estratégica en la promoción de la salud (2011), y Comunicación Masiva en Hispanoamérica: cultura y literatura mediática (2005). Se suma al ciclo “#Signos2020: nuevos tiempos, ¿nuevas palabras?” con la palabra “livestream”.
Por Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Lo digital es un estado de agregación de la materia que oscila entre lo gaseoso y lo simbólico. Su materialidad hecha de bits hoy se vuelve intangible como lo que se oculta entre las nubes, pero es tan cierta psicoemocionalmente como cualquier objeto, sujeto o contenido con el que establecemos un vínculo afectivo.
El streaming es una condición del ser digital. Los datos, los objetos, los servicios, los contenidos, las personas se desplazan de un lugar a otro, de un punto a otro, de un modo a otro, con un click.
Lo digital, como los gases, está en constante movimiento generando presión en los recipientes que los contienen; su naturaleza es expansiva, cinética, experimentando la densidad provocada por la presión de consumo del medio frío o caliente que lo contiene.
El streaming es un nuevo modo de ser, estar y fluir en la hipermodernidad. Es una condición derivada de expresiones simbólicas y datos que se expanden y nos expanden. Su condición gravitatoria es la que nos permite la ilusión de ubiquidad y libertad. Por el streaming, la vida pasó de lo offline a lo online, al continuum. A esa transmisión secuencial continua de datos por los que hoy mana, no solo audio o video, sino la vida entera. Por el livestream la vida se retransmite y se consume en modo diferido, pregrabado o en directo.
Lo que se democratizó el 18 de noviembre de 1994, como la transmisión en directo de 20 minutos del concierto de los Rolling Stones en el estadio Cotton Bowl de Dallas a través del servicio Multicast Bone y en 1995 a través de Real Audio 1.0, es hoy un modo constante de ser, estar y consumir.
A través de la red hoy se distribuyen, en esta modalidad, películas, videojuegos, series de televisión, música, libros, revistas y noticias. Tras la contingencia sanitaria derivada de la COVID-19 en gran parte del mundo se incrementó el uso de los medios de comunicación y los servicios de streaming. Países como España incrementaron en un 108 % a la primera semana del encierro, mientras que a nivel mundial creció un 57 % el consumo de datos gracias a transmisiones en Instagram y Facebook Live.
Las prácticas de consumo vía streaming se movieron de los productos mediáticos tradicionales a las clases a distancia, los talleres, las recetas, la música en vivo, las reuniones familiares, el teletrabajo. Las live stories, las transmisiones hechas por celebridades y los tiktoks han puesto en la charola del consumo la vida cotidiana. Hoy los sujetos hacen un streaming permanente de sus vidas; sus miedos, alegrías e incluso situaciones límite, como aquellos que han recurrido a las redes sociales para hacer una retransmisión de sus suicidios. El streaming transformó la vida en un espectáculo, estetizó la vida cotidiana, convirtió el aquí y ahora en un reality más que consumir.
La vida fluye y se evapora en este estado plasmático, nos desplazamos entre pantallas, emitiendo una luz, como letreros de neón que se mantienen encendidos hasta el amanecer.